A veces me pregunto si es normal seguir haciendo vida después de cosas como la de hoy. Pero me dicen que es nuestro trabajo y que a quien hace pasteles, como mi amigo Carlos, no le pasa. Le pasarán otras, pero no como esta.
Las diez en punto cuando el teléfono sonó mientras acabábamos de hacer la revisión de la ambulancia. Seguimos entrando a las nueve de la mañana, pero entre el cambio y dejar tus cosas para pasar la guardia, se nos echan las diez enseguida.
Un punto kilométrico en la autovía y malas noticias ya desde el principio. Sales corriendo, activas el aviso en la tablet, y caminito. Atraviesas la ciudad pendiente de todo. La salida está concurrida debido a que hoy hay mercadillo y se pone espeso el tráfico. Ocho minutos interminables y un acceso complicado. Un tramo dirección prohibida gracias a que no venía nadie y estacionas lo mejor que puedes entre los restos del vehículo.
Una escena de horror, vehículos pasando cerca, un móvil grabando, pasajeros de los vehículos sintiendo la tragedia y silencio. Mucho silencio.
Aún me sorprende la capacidad del ser humano de abstraerse hasta tal punto de no escuchar el mundo que pasa alrededor. Silencio. No hay signos vitales. Silencio. Una sábana que fui a buscar para taparle mientras mis compañeros seguían a lo suyo con otro paciente no sin antes mirarle por última vez. Silencio. Quedaron únicamente a la vista sus zapatillas. Blancas, con detalles dorados. No se me van a olvidar.
A veces tienes que pasar malos tragos para hacerte "mayor" en esto de las emergencias. Por muchos años que tengas, da igual. Pero sigues. Es tu trabajo.
Foto: Salamanca24horas
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